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La Santa Elige un Alfa Diferente
La Santa Elige un Alfa Diferente
Autor: Crystal K

Capítulo 1

Autor: Crystal K
Mis profecías convirtieron a mi compañero, el Alfa Kane, en rey. Y en el día de su coronación, él me asesinó. Todo porque su primer amor, Scarlett, fue exiliada y murió tras intentar envenenarme.

El mundo entero se hizo añicos cuando la hoja de plata se deslizó dentro de mi corazón.

Lo último que vi fue la mirada triunfante y llena de odio de Kane.

Abrí los ojos de golpe, jadeando. Respiraba con dificultad.

No había ninguna herida mortal en mi pecho, tampoco había rastro de sangre en mi nariz, solo el aroma a pino del fuego sagrado en el Altar de Luz de Luna.

No era el silencio del sepulcro. Era el canto ritual, bajo y solemne, de las manadas.

—Santa Mira, por favor, elige a tu compañero.

La voz marcada por los años del Anciano resonó con la misma frecuencia de aquella noche fatídica, hacía ocho años.

Me temblaban las manos al mirarlas. Eran impecables.

Dieciocho años de edad. La Ceremonia de Elección.

Yo… había renacido.

Los recuerdos me inundaron, un torrente de dolor y odio que me consumió por completo.

La Gran Guerra entre el Norte y el Sur había estallado. Mi don de profecía me había catapultado al papel de Santa, la clave del futuro del Norte.

Los Ancianos exigieron que eligiera un compañero entre los mejores Alfas de las grandes manadas. Él sería mi compañero, y con mis profecías, guiaría al Norte a la victoria.

Y yo, de entre todos, había elegido a Kane.

Todo porque una vez apareció como un dios, salvándome de una bestia salvaje cuando yo solo era una niña.

Fui tan ingenua. Creía que la extraña atracción entre nosotros era obra el destino.

Le di todo: mi lealtad, mi cuerpo y mi poder profético, mismo que consumía mi espíritu de loba con cada uso.

Pero yo era demasiado ciega como para ver el deseo y el amor en sus ojos cuando miraba a Scarlett, su Beta de la infancia.

Después de que Kane y yo forjáramos un vínculo, los celos de Scarlett crecieron como una serpiente venenosa. Me humilló, me avergonzó y, finalmente, intentó envenenarme.

Cuando los Ancianos la exiliaron por sus crímenes y la Manada Luna de Sangre la destrozó, Kane simplemente me abrazó y susurró: —Ella se lo buscó. Esto no tiene nada que ver contigo.

Y yo le creí.

Seguí dándole profecías, consumiendo mi espíritu para ayudarlo a ganar batalla tras batalla.

Hasta que finalmente alcanzó la cima del poder, fue coronado Rey del Norte.

Entonces, en mi momento de mayor felicidad, me clavó esa hoja de plata en el corazón.

—¡Si no fuera por ti, Scarlett jamás se habría vuelto loca de celos! ¡Jamás habría muerto! —Su voz era más fría que la propia hoja—. Tú tienes el don de la profecía, ¿por qué no la salvaste? Ahora no me sirves para nada. Muérete.

El dolor punzante de un corazón desgarrado, el escalofrío de un alma traicionada... todo seguía tan presente.

—Santa, por favor, deposita una gota de tu sangre en la reliquia de tu elegido.

El Anciano extendió una aguja de plata.

Me aparté de los recuerdos, mi mirada recorrió las dagas sobre el altar. Cada una representaba a los Alfas más poderosos del Norte.

La daga de Kane, con incrustaciones de oro y gemas, brillaba a la luz del fuego. Era tan falsa y ostentosa como él.

Mis ojos la pasaron por alto, aventurándose por un rincón olvidado en la esquina.

Allí había una daga tallada en obsidiana.

Su empuñadura era tosca, sin adornos, irradiando una ferocidad primigenia y salvaje.

Pertenecía a Oliver, el Alfa del Bosque de las Sombras.

Un Alfa maldito.

La leyenda decía que su linaje estaba corrompido por magia oscura. Cualquier compañera que se uniera a él vería sus propios dones y su espíritu de loba drenados inconscientemente, hasta que no quedara más que un cascarón vacío. Elegirlo era elegir una lenta y dolorosa muerte.

En mi vida pasada, jamás me habría acercado a esa daga siniestra.

Pero ahora, una sonrisa gélida se dibujó en mis labios.

De espaldas a los Ancianos, me pinché el dedo sin pensarlo dos veces. Una sola gota de sangre carmesí cayó, aterrizando justo sobre la empuñadura de obsidiana negra como la noche.

Una luz púrpura, fantasmal, pulsó desde la daga, absorbiendo mi sangre al instante.

La decisión estaba tomada.

Por tradición, el resultado final sería revelado por el poder de la Diosa de la Luna misma en la ceremonia de unión, dentro de tres días, durante la luna llena.

La ceremonia terminó. Sin embargo, al darme la vuelta para irme, Kane me bloqueó el paso en el sendero que conducía a las guaridas.

—Mira. Tenemos que hablar —su voz rezumaba con una confianza arrogante, seguro de que caería rendida a sus pies.

—No tenemos nada de qué hablar —dije secamente, intentando rodearlo.

Me agarró del brazo con tanta fuerza que pensé que me rompería el hueso.

Me estampó contra un árbol, su aliento caliente estaba en mi rostro.

—Escucha, sé que me elegiste. ¿A quién más en todo el Norte podrías elegir? Pero más te vale recordar esto…

Lo miré fijamente, con expresión gélida. Parecía un patético payaso.

—Incluso después de que nos unamos, mi corazón siempre pertenecerá a Scarlett —los ojos de Kane eran de hielo, llenos de advertencia—. Así que olvídate de cualquier idea estúpida. Ni se te ocurra intentar robar lo que es suyo. Y ni se te ocurra usar tu rango de santa contra mi compañera. ¿Entendido?

Eso era extraño.

No recordaba que me hubiera dicho nada de esto antes de mi elección en mi vida pasada.

Sin embargo, aparté la confusión.

—Entiendo —asentí obedientemente—. Lo que te preocupa jamás sucederá.

Mi calma y compostura lo hizo fruncir el ceño. Un destello de confusión atravesó su rostro.

—Estás... diferente esta noche.

—¿Lo estoy? —sonreí levemente—. Quizás solo he madurado. Veo las cosas con más claridad.

Me observó un instante y finalmente me soltó.

—Solo recuerda cuál es tu lugar, Mira. No me causes problemas.

—Por supuesto.

Me di la vuelta y me alejé, dejándolo atrás a él y a su ridículo ego detrás.

Bajo la luz de la luna, apenas podía contener mi alegría.

Oh, Kane. Jamás lo adivinarás. Ya te he sacado de mi vida.

En tres días, frente a todas las manadas, voy a destrozar personalmente tu arrogante orgullo.

Esta vez, sin mis profecías para guiarte, veamos cómo sobrevives a la guerra.
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