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Capítulo 2

Author: Elena
Las carcajadas de Amarissa y compañía retumbaron en el salón.

Sentí que un puño enorme me estrujaba el corazón una y otra vez.

Sabía desde hace días que Lonzo, mi hermano Macerio y mi amigo de la infancia Guillermo planeaban burlarse de mí. Todo empezó con la llamada de Lonzo:

—Alfreda, ¿no que mueres por casarte, por ser la novia? Pues armemos la boda en el lugar que elegiste. Ahí nos vemos, sin falta.

Mi corazón dio un brinco inevitable.

Él lo sabía: anhelo casarme desde siempre.

Cuando mamá falleció, abuela y yo nos quedamos solas, y ahora ella está muy enferma. Su único deseo es verme casada, ver que construyo mi propia felicidad. Por eso aparté el salón con antelación y le supliqué mil veces a Lonzo que, aunque fuera de mentiras, pasara por la ceremonia para tranquilizar a la abuela.

Su llamada me dejó con el alma hecha un caos.

Fui a buscar a Macerio a la biblioteca para contárselo… y me topé con su reunión secreta, planeando la farsa.

Lonzo se reía a carcajadas:

—¡Le acabo de decir a Alfreda que prepare la boda! ¿Y adivinen? ¡Está convencida de que sí la voy a casar!

—¿No les parece que es bien ilusa?

Macerio respondió:

—Entre menos sepa, mejor. El chiste es ver su reacción espontánea; así a Amarissa le dará gracia.

Me tapé la boca, horrorizada: hasta mi propio medio hermano se había pasado al bando de Amarissa.

Guillermo intervino al instante:

—¿Y si en vez de confeti usamos agua? Así queda hecha una sopa frente a todos.

—Y ni de chiste le cuenten a Amarissa; así la sorpresa será mayor.

Los tres compartían esa mueca de victoria anticipada.

Me quedé parada en la puerta, incapaz de moverme.

La boda que yo esperaba con tanta ilusión era solo una broma para entretener a Amarissa.

Los mismos tres que alguna vez recorrieron la ciudad en busca de mi postre favorito para alegrarme… ¿en qué momento cambiaron?

Recuerdo cuando yo era la persona más querida para mi hermano, para Lonzo y para Guillermo.

Todo se volvió distinto desde que Amarissa llegó a la familia. Su depresión es grave: con solo verme se le desploma el ánimo y, cada vez que recae, les ruega que la acompañen. Al principio ellos lo tomaban a broma; después sus ojos dejaron de mirarme y giraron hacia ella.

Lonzo, a quien amé siete años, y los chicos que crecieron conmigo, ahora sacrifican mi boda con tal de arrancarle una sonrisa a Amarissa. La cuidan con pinzas… y a mí me muestran al público como su chiste favorito.

Ese pensamiento me dejó un dolor sordo y helado en el pecho.

Sí, hoy me caso, pero no con Lonzo.

Me acomodé el cabello para verme lo más digna posible. Tomé el micrófono y anuncié:

—Lo de hace rato fue un pequeño contratiempo. Les pido un momento más de paciencia.

Levanté la falda empapada, ya pesada por el agua, y agregué:

—Iré a cambiarme; no quiero que cuando mi esposo aparezca tenga que esperar a que me arregle.

Por suerte, sabía lo que venía y no usé mi vestido favorito.

No esperaba que Lonzo me mirara como si fuera un fenómeno:

—Alfreda, ¿no habrás perdido la cordura porque no me caso contigo, verdad?

—Te dije que esta boda es un engaño. ¡No existe ningún novio!
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