La Suerte Se Convierte en Cenizas, y Las Llamas Devoran el Corazón.
En el noveno año de amar con Adrián Martínez, su padre falleció.
La primera línea del testamento establecía que Adrián Martínez y Luna Fernández debían tener un hijo.
Y el día en que el niño cumpliera un mes, sería también el día en que él heredaría la fortuna de su padre.
Esto fue cuando los descubrí en nuestra cama, él mismo me lo explicó.
Aquella noche, mientras encendía su cigarrillo después del acto, murmuró en voz baja:
—Susana, espera un poco más. Cuando reciba la herencia, me casaré contigo.
Desde entonces, cada vez que Adrián iba a reunirse con Luna en nuestra casa, colgaba una campanilla en la puerta.
Desde la muerte de su padre hasta hoy, esa campanilla ha sonado noventa y nueve veces.