Cayendo en la Seducción del Rudo
En los años setenta, respondí al llamado del gobierno y me uní al programa de jóvenes intelectuales enviados al campo.
Buscando emociones fuertes, me fijé en un hombre rudo de cuerpo musculoso. Una noche, escalé por su ventana y me deslicé bajo sus cobijas, las cuales estaban impregnadas de testosterona.
—Diego, lo tienes muy duro. Déjame ayudarte.
El hombre sujetó mi cintura y me empujó con fuerza diciendo: —Tú te lo buscaste.
Aparte de labrar la tierra, lo que más hice fue montarme sobre sus caderas, balanceando las mías.
Nos enredamos en las montañas y ardimos en los campos.
Cada rincón apartado de la aldea guardaba las huellas de nuestros encuentros íntimos.