Sin Salvación
Mi esposa profesaba su propia fe y seguía estrictamente sus perceptos, evitaba cualquier tipo de intimidad física.
Solo nos permitía estar juntos al decimosexto día de cada mes. Y aun así, todo debía estar bajo su control.
Si alguna vez sobrepasaba esos límites, no dudaría en interrumpirlo todo y marcharse.
Llevábamos cinco años de casados. Aunque me sentía insatisfecho, la complacía una y otra vez por amor. Me convencí de que, pese a su frialdad, al menos había algo de amor por mí.
Hasta que, durante una misión de rescate en un hotel en llamas, descubrí lo equivocado que había estado.
Cuando la encontré, mi esposa estaba recostada contra el pecho de otro hombre, y entre los dos había un niño pequeño.