La Dama que Nunca Cayó
Julieta Navarro ayudó sin ningún remordimiento a Tomás Meza, un hijo ilegítimo, a alcanzar la fama y el éxito. Pero él le pagó con una traición, y sin más la abandonó para proponerle matrimonio a su primer amor con un espectáculo de fuegos artificiales que le costó veinte millones de dólares. Incluso con el mayor descaro del mundo permitió que su amante molestara a la mamá de Julieta hasta causarle un infarto fatal. Al final, Julieta perdió su posición de mujer de clase alta.
Ella le entregó su corazón a la persona equivocada. Sin hacer escándalos ni armar dramas, le pidió el divorcio sin mirar atrás, aceptó los dos millones de dólares del acuerdo de separación y su carrera despegó de una vez.
Pero Tomás no estaba dispuesto a dejarla ir tan fácilmente. Orquestó una ola de críticas hacia ella, dejándola con la reputación por los suelos.
Julieta no le tenía miedo ni al poder, ni mucho menos a la crueldad de los demás. A los hombres patanes y mujeres rastreras que se atrevieran a provocarla, ella les pagaba con la misma moneda.
En medio de su venganza, conoció a un hombre dominante. Después de una noche de tensión y seducción, él se le acercó, con cierta nobleza y seguridad.
Ese hombre era Daniel Meza, el más poderoso de Valcatraz, de una posición tan alta que, con el solo hecho de escuchar su nombre, la gente quedaba aterrorizada.
Julieta quedó paralizada. De repente, una voz grave y sensual acarició su oído.
—Julieta, déjame a mí lo de golpear a la gente. Si te lastimas la mano, me partirás en mil pedazos el corazón.
El corazón de Julieta comenzó a latir fuerza mil. Y otra vez, escuchó esa voz profunda y tentadora.
—Tranquila, cuando termines... nos vamos a casa.