Promesa rota, corazón renacido
Como la única hija de Carlos Navarro, el rey de las apuestas, mi vida desde siempre estuvo marcada por la sombra del caos y el peligro.
Desde que era pequeña, mi papá me rodeó de nueve guardaespaldas leales para protegerme, listos para sacrificarse por mí.
Ya de adulta, él me hizo una petición: que eligiera a uno de ellos como mi prometido.
Pero tomé una decisión muy clara: alejé de mi lado a Alberto Oliveira, el único hombre que realmente había ocupado mi corazón por tanto tiempo.
Lo hice por esto: en mi otra vida, justo el día de la ceremonia de compromiso, unos enemigos me secuestraron.
Mientras me estaban clavando agujas envenenadas en las manos, temblando del dolor más terrible, llamé a Alberto, suplicándole que viniera. Pero su respuesta fue helada, sin una pizca de empatía.
—Andrea Navarro, ya deja de hacer tus teatros. ¿Tu ubicación no miente, no? ¡Sigues cómodamente instalada en la suite del hotel! Qué asco, usar un truco tan bajo solo para intentar atraparme...
Al escuchar aquellas risas de mujer al otro lado de la línea, sentí un golpe mortal. Cerré los ojos, totalmente consumida por la derrota.
Cuando la jaula metálica se hundió en el mar y el agua gélida me invadió, llenándome la nariz y la boca, sentí cómo la vida se me escurrió del cuerpo, gota a gota.
Volví a despertar... Esta vez, era el día en que mi padre me pidió que eligiera a mi prometido. Y esta vez, no dudé ni un segundo en borrar el nombre de Alberto de la lista.
Sin embargo, durante mi compromiso con Leonardo Pinto, ¿por qué era él quien estaba suplicándome entre lágrimas que me casara con él?