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De vuelta al pasado, pero dueña de mi futuro
De vuelta al pasado, pero dueña de mi futuro
Author: Zafira

Capítulo 1

Author: Zafira
—¡Es el hijo del comandante! ¡Qué oportunidad! Si no fuera porque Julia les lleva un plato caliente a él y a su mamá, ¿tú crees que te tocaría esta boda?

—¿Y qué si su papá es comandante de zona? Bruno ahorita es soldado raso. Si me pongo las pilas y entro a la universidad, me instalo en la ciudad; para entonces elijo al hombre que yo quiera.

Mis papás intentaron convencerla con toda la paciencia del mundo, pero María no entraba en razón.

En 1970, cuando Bruno y su mamá llegaron a nuestro rancho, venían en los puros huesos y la gente casi los dejaba morir a puro abuso. Todos les sacaban la vuelta; solo yo me escabullía de noche para llevarles pan, tortillas y una chamarra. Por eso, al regresar a la ciudad, lo primero que hicieron fue venir a pedir mi mano.

En la vida pasada, María se adjudicó el mérito. Como esa noche estaba oscuro, la mamá de Bruno no me vio la cara; solo preguntó de qué casa era la niña. Mis papás no dudaron: juraron que la que había llevado la comida había sido María, su hija favorita. Y yo la vi convertirse en la nuera del general, comandante de zona de la Militar, bañada en halagos.

—La universidad cuesta, y en esta casa no hay de dónde —tronó mi papá, azotando la pipa contra la mesa coja, que se bamboleó tres veces.

—Entonces casen a la segunda, a Julia, con Bruno —dice María—. Pídanles que doblen el arreglo en la pedida y con eso sale para mi colegiatura.

María sabía bien que casarse con Bruno significaba ir detrás de la tropa hasta la frontera norte, quizá para no volver jamás. Aun así, me empujó al fuego.

Se me plantó enfrente y me arrancó el libro de las manos; el canto áspero me raspó la palma.

—Ya hablé con la maestra y te di de baja —dice—. Entrégame tus libros y los cuadernos de ejercicios. La escuela ya no es asunto tuyo.

Entendí: había venido a notificar.

Levanté la vista, la miré a los ojos y sonreí.

—Va.

Mi mamá, viendo lo decidida que estaba María, soltó un suspiro.

—Esta chamaca no sabe lo que hace… luego te vas a arrepentir —le dice.

Luego volteó hacia mí:

—A ti te salió barato, mocosa. Cuando entres a la casa García, te acuerdas de presentarle buenos partidos a tu hermana. Nada de un soldadito como Bruno: cuando entre a la uni, mínimo un general.

Mis papás eran así: cuando había algo bueno, lo pensaban primero para María. Para mí, en cambio, tenían el mismo veredicto de siempre: “no lo mereces”.

Como mi nacimiento dejó a mi mamá tres días con dolor y casi se complica, desde chica me nombraron mal agüero. Cada vez que María me humillaba, ellos sentían que les hacía justicia. Ahora, al despachar a esta “ave de mal agüero”, encima sacaban la colegiatura de su adorada.

No les pareció mal negocio: fueron con la casamentera del barrio y respondieron que doblaban el arreglo. La pedida de mano quedó amarrada. La mujer les siguió la corriente, pero rodó los ojos. Al irse, la oí murmurar bajito:

—Por un plato de comida y ya se sienten virreyes.
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