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Capítulo 2

Author: Cristina
—Papá, mamá... está muy oscuro, me duelen mucho los ojos... tengo miedo...

Mis padres, cegados por la compasión, ni siquiera se cuestionaron cómo pudo Carina, en un entorno totalmente desconocido y con un ataque súbito en la vista, encontrar sin tropiezos su habitación.

Lo único que hicieron fue abrazarla con ternura, al borde de las lágrimas por la angustia.

—No tengas miedo, Carina. Papá y mamá están aquí contigo.

Ella temblaba mientras se acurrucaba en los brazos de mi madre, con cara de niña asustada.

—¿De verdad puedo quedarme con ustedes? ¿De verdad este puede ser mi hogar? ... es que... la hermanita...

Al oír eso desde la puerta, el corazón se me cayó al suelo. Y como si fuera un resorte, mi papá irrumpió en mi habitación, me jaló del brazo sin darme tiempo a reaccionar, arrancándome de la cama aunque aún fingía dormir.

—¿Qué le dijiste a Carina? ¡¿Qué te pasa, Estrella?! ¡No sabes comportarte! Carina siempre ha sido delicada de salud, ha sufrido muchísimo… ¿tan difícil es que la trates bien?

—No seas tan duro con ella —dijo mi madre, como si intentara calmarlo—. Estrella aún es pequeña, con el tiempo aprenderá.

Pero mientras lo decía, no soltaba a Carina ni un segundo. En ningún momento se acercó a mí. No había ni rastro de protección materna en su gesto.

Esa noche, se llevaron a Carina a dormir con ellos, y a mí me dejaron afuera del cuarto, sola, con mi pijama delgada, temblando en el pasillo. Antes, mi mamá siempre venía a ver si dormía bien, me arropaba en silencio antes de irse. Pero ahora parecía haber olvidado que yo también tenía siete años. Que también le tenía miedo a la oscuridad. Al frío. Que también necesitaba amor.

Carina usaba siempre el mismo truco: fingía una recaída con su enfermedad, y justo cuando mis padres estaban más vulnerables, aprovechaba para inventar cualquier cosa que me dejara como la villana.

Poco a poco, incluso yo, siendo niña, empecé a notar el cambio. Desde que Carina llegó, dejé de ser la hija tierna y obediente para convertirme en “la niña problemática”.

Así que comencé a competir en silencio con ella. Todo lo que Carina tenía, yo también tenía que tenerlo. Pero ella era una experta en el arte de fingir: delicada, dulce, siempre cediendo, siempre víctima. Mis padres solo sabían sentirse culpables con ella.

Luché toda una vida contra Carina y nunca gané. Hasta mi hermano mayor, quien antes me adoraba, acabó rendido a sus encantos.

Todo el mundo en el círculo artístico sabía que en casa de los Lorente había una hija adoptiva frágil y brillante, Carina, y una hija biológica torpe, grosera y celosa: Estrella.

Pero en esta vida, decidí no competir más con Carina. Esta vez, voy a vivir mi propia historia. Una que sea solo mía.

***

A la mañana siguiente, las risas de Carina con mis padres se escuchaban desde el comedor. Bajé en silencio y, al llegar, la vi sentada justo en mi lugar, usando mis cubiertos favoritos mientras desayunaba.

Apenas me vieron, la atmósfera se tensó como si yo fuera una intrusa en su pequeño y feliz hogar.

Una sombra de incomodidad cruzó el rostro de mi madre.

—Estrella, qué raro que te levantaras tan temprano... Carina aún no tiene cubiertos propios, así que usamos los tuyos por ahora. ¿Puedes usar los de tu hermano, sí?

—No. No me gusta usar lo que no es mío.

La frase cayó como una piedra en la mesa. Todos entendieron el doble sentido. Era una puñalada envuelta en palabras dulces. Y claro, iba dirigida a Carina.

Papá, que aún seguía resentido por lo de anoche, frunció el ceño. El hombre amable de siempre ya no estaba ahí.

Eché un vistazo a la mesa. Había leche, sándwiches y huevos con tocino. Todo lo que a Carina le encantaba.

Yo, en cambio, no podía tomar leche de vaca. Tenía intolerancia a la lactosa y siempre tomaba leche de avena. Pero al parecer, eso también se lo habían olvidado.
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