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Capítulo 3

Penulis: Amanda
Apenas se fue, me dirigí directo al hospital para interrumpir el embarazo.

Justo cuando la anestesia empezaba a hacer efecto, me llegó un mensaje suyo.

«Gloria, lo de antes fue porque estaba molesto, nada más. Tranquila, me voy a casar contigo, te lo juro. El primer día del año nuevo voy a estar de vuelta, espérame.»

«Y sobre Elsa… no te preocupes por ella. Ya le hablé, no se va a meter en lo nuestro.»

Sonreí con burla al leer los mensajes, y, sin pensarlo, lo apagué.

Durante los últimos dos años, Diego se había negado al compromiso una y otra vez... todo por Elsa. Yo, incluso, había llegado a pensar en irme del país para dejarle el camino libre. Sin embargo, él había ido al aeropuerto, llorando, con los ojos hinchados, suplicándome que no me fuera.

Me dejé llevar... y esa noche pasó lo que tenía que pasar. Tras lo cual terminé embarazada.

Pero no fue hasta el día de mi muerte que entendí todo: Diego no había ido al aeropuerto por amor, sino porque la familia Silva lo había presionado, dejándole claro que, si no cumplía con el compromiso, perdería a Elsa para siempre.

El matrimonio entre los Lima y los Silva no podía romperse por nada. Ni por amor. Ni por un capricho. Así que, aunque se muriera por Elsa, igual tendría que casarse conmigo.

Sentí cómo el calor se me escapaba del cuerpo… Ese bebé… jamás debería haber sido concebido.

Desperté en la habitación del hospital.

Para ese entonces, Diego y Elsa ya estaban en la playa.

Ella me había enviado varios mensajes, todos cargados de soberbia. Incluso, me había mandado unas fotos con Diego abrazándola por la espalda, con esa expresión dulce que alguna vez me había pertenecido.

«Gloria, Diego dice que a ti también te gusta el mar… qué pena que no estés. Ah, y me preparó un espectáculo de fuegos artificiales solo para mí. Luego te paso el video, ¿sí? Si yo fuera tú, ya me habría largado sola. ¿Todavía sigues arrastrándote detrás de él? ¡Qué vergüenza!»

Antes, probablemente habría ignorado ese tipo de mensajes, pero esta vez respondí:

«Si tanto lo quieres, entonces no lo sueltes nunca.»

Quería ver si se quedaba con él cuando ya no tuviera nada.

Después de enviarlo, estaba tan agotada que solo quería cerrar los ojos un rato...

Pero justo entonces sonó el celular.

Apenas contesté, la voz de Diego estalló en mi oído. Estaba furioso.

—¿Otra vez con lo mismo, Gloria? ¿Qué hiciste ahora? ¡Ya te dije que me voy a casar contigo! ¿Por qué no dejas en paz a Elsa? Por fin logro sacarla a pasar Año Nuevo y tú, como siempre, lo arruinas todo. Pídele perdón, ¿me oíste? Porque, si no, esta vez sí que no te perdonaré.

Me aparté el celular del oído, harta. No dije nada, solo colgué... y lo bloqueé.

El día que me dieron de alta era Nochevieja. Volví a casa y saqué absolutamente todo lo que tenía que ver con él: ropa, cepillo de dientes, hasta los libros que él había llevado… Lo metí todo en bolas y lo tiré sin más.

Ese departamento era mío. Sus cosas nunca tendrían que haber estado ahí.

Después volví a casa de mi familia para la cena de Año Nuevo, y, ya por la noche, sin mucho más que hacer, empecé a revisar el celular.

De pronto, un espectáculo de fuegos artificiales se volvió tendencia.

Reconocí los diseños al instante: era el que Diego había preparado para Elsa.

Y claro… minutos después, ella me mandó un video.

«Maldita, Diego me dijo que estos fuegos eran solo para mí. ¿De qué te sirvió haber crecido con él? ¿De qué te sirvió embarazarte? Igual no te ama. Aunque se casen, da lo mismo. Él está enamorado es de mí.»

Entonces, en la parte de arriba de la pantalla, apareció el ícono gris «un chat bloqueado».

Leí el mensaje y sonreí:

«Que esta noche sea su última celebración.»

Al día siguiente, nuestras familias tenían reservado un salón de lujo para fijar oficialmente la fecha del compromiso. Pero el prometido… no aparecía por ningún lado.

Su padre, don Fidel, con el rostro ofuscado, golpeó la mesa y murmuró entre dientes:

—¿Qué carajos le pasa a Diego? Si hace estupideces en Año Nuevo, bueno... todavía. ¡¿Pero hoy?! ¡Hoy tenía que estar puntual! Y todo por tu culpa —le soltó a Isabela, su esposa—. Nunca le pusiste límites. Ni una vez. Cuando aparezca, te juro que yo mismo lo pondré en su lugar.

Isabela solo bajó la cabeza, visiblemente angustiada.

Todos en la mesa estaban tensos, incómodos. Nadie decía nada. Pero yo sabía la verdad: él estaba abajo, esperando que yo me humillara frente a Elsa.

Había llegado tarde a propósito. Para darme una «lección».

Y yo también estaba esperando… a alguien más.

Mientras tanto, sonreí con calma, dije unas palabras suaves para calmar los ánimos y fingí no notar el celular que no paraba de vibrar.

Pasaron treinta minutos hasta que, por fin, se hizo el silencio.

Justo entonces, la puerta del salón privado se abrió de golpe.

Diego entró hecho una furia, con la cara desencajada, y caminó directo hacia mí.

Todos callaron. Se percibía en el aire que algo iba a estallar.

Fidel se puso de pie de un golpe.

—¿Qué dijiste, imbécil? ¿Llegas tarde y encima vienes a apretar a Gloria? ¡Pídele perdón ya mismo!

Mi papá solo resopló, con la cara seria, y, sin mirarlo, dijo:

—Fidel, tu muchacho es un encanto, ¿eh? Se nota que mi hija no significa nada para ustedes.

Fidel, tenso, empujó a Diego para que pidiera perdón de una vez. Pero él no cedía.

Y justo en ese momento, Elsa entró corriendo y llorando.

—Señor Silva, por favor... no se enoje con ellos por mi culpa. No importa si me tratan mal... ya estoy más que acostumbrada. Siempre ha sido así.

Diego, aún más furioso, se acercó a mí y me susurró al oído, con la voz llena de veneno:

—Si no le pides perdón ahora mismo, no hay boda. Y cuando nazca ese bebé sin estar casada, quiero ver si tu familia todavía te deja vivir en la casa. Además, ¿sabes qué? Llamaré a todos los medios. A ver si te gusta salir en los titulares: «La única hija de los Lima da a luz sin casarse». Vamos a ver si siguen sintiéndose orgullosos de ti.

Lo miré con los ojos bien abiertos. No podía creer lo que estaba diciendo.

Pero aquello no terminó allí, él, con su típica sonrisa torcida, me lanzó otra:

—Gloria… es solo una disculpa. La pides y ya. Hoy mismo anunciamos la boda. Sabes perfectamente lo que te conviene… ¿o no?

Mi papá, por más furioso que estaba, no decía una sola palabra sobre cancelar el compromiso. Y eso… le daba a Diego toda la seguridad del mundo. Estaba convencido de que yo terminaría cediendo.

Pero justo entonces, la puerta del salón volvió a abrirse…

Y esta vez entró una figura alta. Imponente.

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