Renacimos los dos... y él terminó en la cárcel
El día de la sentencia, mi prometido Diego González me tomó de la mano, sollozando, y me pidió que dejara de defender mi inocencia y firmara un acuerdo de culpabilidad.
—Clara, sé que tú no hiciste nada… pero Isabella está esperando un hijo mío. No puedo permitir que ella vaya a la cárcel. Hazlo por tu bien, por favor —suplicó, con lágrimas que le empañaban la mirada.
Sin dudarlo ni un instante, firmé el acuerdo.
En mi vida anterior me negué a cargar con la culpa de Isabella García y, por eso, no solo terminé tras las rejas: la furia de Diego envió gente a torturarme hasta dejarme estéril.
Esta vez me propuse complacerlo.
A la mañana siguiente, los noticieros reventaron con la primicia de que yo había robado secretos comerciales de la Corporación López. Para colmo, Isabella se presentó como testigo.
—Sí, fue ella; la vi con mis propios ojos infiltrarse en la compañía —declaró ante las cámaras.
Pero aquella tarde, cuando inició la audiencia, el demandante Santiago López, director general de la corporación, retiró la acusación. Bajo la mirada atónita de la prensa, sacó un anillo, se arrodilló y me preguntó:
—Clara, ¿en esta vida aceptarías casarte conmigo?